8 may 2012

Agonía por un indulto


Domingo, 06 de mayo de 2012

Diario La República: http://www.larepublica.pe/06-05-2012/agonia-por-un-indulto




En 1995 Jaime Ramírez Pedraza fue detenido con Lori Berenson en La Molina, cuando el MRTA preparaba la toma del Congreso. Le decían “Rafico”. Dieciséis años después, imposibilitado de valerse por sí mismo, apela a un indulto humanitario para no morir en la cárcel. Reconoce que estuvo equivocado.

Por Flor Huilca/

En su celda del penal Miguel Castro Castro, Jaime Ramírez Pedraza solo puede ponerse de pie ayudado por otro interno. Quiere saber cuánto pesa. A duras penas arrastra los pies hasta llegar a la plataforma de la balanza y sube lentamente. El interno que lo sostiene lo deja, parece que va a caerse pero no, esta tambaleante. En los segundos que el marcador se toma para calcular su peso, sus brazos se quedan colgados, sin control, balanceándose como un péndulo, como si no tuvieran vida. Su cuello se ve caído, pero se yergue con dificultad. La balanza ha marcado 57 kilos.

Antes de empezar a sufrir la enfermedad que ahora lo aqueja pesaba 76 kilos. Pedraza, un interno condenado a 25 años de cárcel por pertenecer al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), padece desde hace cuatro años Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa que provoca una parálisis muscular progresiva que se va extendiendo por todo el cuerpo. No tiene cura. Esa es la razón por la que solicita al presidente Ollanta Humala un indulto humanitario.

De regreso a la silla de plástico donde pasa la mayor parte del día, imposibilitado de valerse por sí mismo, Pedraza cuenta que los primeros síntomas de su mal se expresaron con la pérdida de fuerza en las extremidades superiores. “Me temblaban las manos cuando intentaba levantar los moldes en los talleres de cerámica del penal y cuando hacía ejercicios”, dice, casi balbuceando. Debe pronunciar cada palabra lentamente, porque se hace difícil entenderlo. Ahora ha perdido por completo el movimiento de las manos, camina sólo con ayuda de una persona, tiene dificultades para respirar y está perdiendo el reflejo para toser, lo que podría causarle la muerte por asfixia. El único tratamiento que recomendó el médico que lo atiende en el Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas es: “Apoyo familiar y cuidado las 24 horas del día”. Imposible para su familia, que solo puede verlo los días de visita.

Domingo visitó a Ramírez Pedraza en su celda del segundo piso de pabellón 5 A en Castro Castro. Lo halló tras la puerta de su celda, sentado en su silla de plástico. Estaba peinado, cambiado y afeitado. Nada de eso lo hizo él. Sus manos ya no pueden coger una cuchara para tomar sus alimentos, tampoco puede bañarse, acostarse o ir al baño sin ayuda de otro. Su vida depende de Moisés, su compañero de celda, y de otros internos, que solidariamente se apuntan en un cronograma para bañarlo todos los días. “Es como un bebé grande”, dice Moisés. Recuerda que en octubre de 2011, cuando lo dejó solo, lo encontró tirado en el piso, con una herida en la frente. Había intentado moverse solo al retrete que se encuentra a medio metro de su cama y se cayó. Tuvieron que suturarle la herida con diez puntos.

“Rafico”, el pasado

Jaime Ramírez Pedraza fue miembro del MRTA. Era conocido como “Rafico”. Lo detuvieron en noviembre de 1995, cuando se preparaba la frustrada toma del Congreso. “Rafico”, en ese entonces, era el instructor militar del comando emerretista que se escondía en una casa de La Molina Vieja. El plan fue desbaratado por la Dincote y todos fueron detenidos en medio de una balacera. Junto a él cayeron Miguel Rincón y la estadounidense Lori Berenson. A Pedraza le dieron 25 años de cárcel, 16 de los cuales ya ha cumplido.

De aquellos años, Ramírez Pedraza es hoy un duro crítico. “Estoy convencido de que un proyecto de violencia no tendría éxito en el país. La población rechaza ese camino”, asegura. Dice además que ha pedido perdón a la sociedad y a las personas que pudo haber dañado, razón por la cual cree que su libertad no significa un peligro para nadie, menos en las condiciones de salud que atraviesa. “Lo único que busco es tener una mejor calidad de vida, estar junto a mi familia el tiempo que me queda”, añade.

Ramírez Pedraza busca un indulto humanitario desde 2010, con apoyo de la Iglesia. Su primer pedido fue denegado por el gobierno de Alan García y el segundo por el de Ollanta Humala. Actualmente su familia prepara un nuevo pedido que tiene el respaldo de los delegados de los pabellones del penal, la Asociación ELA-Perú y la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS).

Carlos Ramírez, hermano de Jaime, considera que la vida de su familiar depende de que se le conceda el indulto humanitario. Su caso, dice, cumple con los requisitos establecidos en la ley, que no distingue el tipo de delito por el cual se ha sentenciado a una persona. “Están en juego la vida y la dignidad de mi hermano como ser humano”, argumenta. “El presidente Ollanta Humala ha dicho que ninguna persona debe morir en la cárcel. Mantener a mi hermano en prisión en el estado en que se encuentra es inhumano”, sostiene.

En noviembre de 2011 la capellanía del penal elaboró una lista de solicitudes de indulto; 27 reclusos documentaron sus casos. Cinco de ellos se encontraban en muy mal estado de salud. Cuatro dejaron de existir en los últimos meses. “El último murió hace dos semanas”, cuenta Alberto Vega, el médico de la capellanía. Jaime Ramírez Pedraza es el único que queda con vida en el penal. Él confía que un indulto lo ayude a sobrellevar su mal antes de que la muerte lo alcance.



Jaime recibe los alimentos de manos de su mamá / Jaime con su hija en brazos cuando la enfermedad no se manifestaba.
Una extraña enfermedad

-La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) es considerada una enfermedad rara. No hay razones científicas concluyentes de aquello que la causa y tampoco un tratamiento que pueda curar al enfermo. En el país se estima que hay entre 500 y 700 personas que padecen ELA. Gabriela Zárate, coordinadora de ELA Perú, explica que este mal lleva al paciente a la muerte. Empieza como una parálisis que va expandiéndose a todo el cuerpo, hasta dejar a su víctima inmovilizada y sin medios para comunicarse. El paciente necesita enteramente de otros para sobrevivir, mientras llega el final.

La prisión, asegura, no ofrece condiciones adecuadas para un paciente de ELA que requiere de una cama clínica, alimentación rica en nutrientes y personas capacitadas para atenderlo. “Estar allí es como estar dos veces preso, uno por la enfermedad y otro por los barrotes”, concluye.