José Martí y el antiimperialismo
José Martí un hombre de su tiempo, cuyo pensamiento no conoce de fronteras ni espacios, nos dejó entre sus ensayos, cartas y artículos los que muchos reconocen como los primeros textos antiimperialistas. Que hoy recobran más vigencia que nunca.
En una de sus notas escribiría: México crece: ha de crecer para la defensa, cuando sus vecinos cresen para la codicia. Ha de ser digno del mundo, cuando a sus puertas se vea librar la batalla del mundo. Llamando a la resistencia contra el vecino del norte, y el 15 de enero de1885 escribiría. “Grave cambio histórico, de trascendencia suma para los pueblos de América”. De nada menos se trata que de ir preparando, por un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América central e islas adyacentes por los Estados Unidos. (Que nos hacen recordar a los TLC que ya se han extendido por toda américa) continuaría más adelante señalando: No ha habido en estos últimos años acontecimiento de gravedad mayor para los pueblos de nuestra América latina que el tratado comercial que se proyecta entre los Estados Unidos y México el tratado concierne a todos los pueblos de la América latina que comercian con los Estados Unidos. No es el tratado en sí lo que atrae en tal grado la atención; es lo que viene tras él.
Después de vivir varios años en Estados Unidos nos describe como un lugar en dónde. En vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de robustecerse la democracia y salvarse del odio y miseria de las monarquías se corrompe y aminora la democracia, y renacen amenazantes, el odio y la miseria. Y no cumple con su deber quien lo calla, sino quien lo dice. Más adelante sentenciaría “Los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos”. Nueva york 22 de setiembre de 1894.
En 1895 en una carta a Mercado: es de mi interés impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos segando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al norte revuelto y brutal que los desprecia. Y termina con estas palabras. En mí, sólo defenderé lo que tenga yo por garantía a servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento.
El dilema esencial de "la América nuestra" sigue siendo el mismo de entonces: ser los constructores de nuestro destino con autonomía conceptual (asimilando lo venido del exterior para avanzar hacia el fortalecimiento de lo original que nos distingue) o proseguir el rutinario acatamiento de los modelos de las potencias centrales y su secuela de marginación social, infra consumo y los más odiosos mecanismos de explotación.
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